Con María, nos ponemos en camino
Desde el 8 de noviembre y hasta el 8 de diciembre,
Día de la Inmaculada Concepción,
celebramos en Chile el MES DE MARÍA.
Mientras que en muchos países esta celebración tiene lugar
en mayo, en nuestro país se conmemora entre las
fechas señaladas desde hace más de un siglo.
La celebración fue establecida a mediados del siglo XIX por Mons.
Joaquín Larraín Gandarillas, entonces rector del Seminario Pontificio
de Santiago de Chile, y se realizaba como una forma de preparar
la Solemnidad de la Inmaculada Concepción, tras la promulgación
del dogma, en 1854.
Fuente: aciprensa.com
Saludo del Delegado general OMD Chile-Colombia
Web especial
A propósito del Mes de María, la Iglesia de Chile presentó una propuesta para vivir en comunidad este tiempo dedicado a la Virgen.
Elaborada por la Comisión nacional de santuarios y piedad popular y la Universidad Católica del Norte, se centra en la intención de caminar juntos con la Virgen María para buscar caminos de unidad, diálogo y paz.
La iniciativa parte de la convicción de que la auténtica paz, construida sobre la justicia y la fraternidad, es el anhelo más profundo de los chilenos para la patria y la Iglesia local.
Con ese propósito se elaboró una web especial con un calendario, donde son publicados los guiones de la celebración de cada día de este Mes de María.
Allí se podrán encontrar los textos bíblicos, un concepto para reflexionar en cada semana (esperanza, diálogo, justicia, reencuentro y paz), la oración inicial, una motivación y una reflexión diaria.
Oración inicial
¡Oh María!, durante el bello mes que te está consagrado, todo resuena con tu nombre y alabanza. Tu santuario resplandece con nuevo brillo, y nuestras manos te han elevado un trono de gracia y de amor, desde donde presides nuestras fiestas y escuchas nuestras oraciones y votos.
Para honrarte, hemos esparcido frescas flores a tus pies, y adornado tu frente con guirnaldas y coronas. Mas, ¡oh María!, no te das por satisfecha con estos homenajes. Hay flores cuya frescura y lozanía jamás pasan y coronas que no se marchitan. Éstas son las que Tú esperas de tus hijos, porque el más hermoso adorno de una madre es la piedad de sus hijos, y la más bella corona que pueden depositar a sus pies, es la de sus virtudes.
Sí, los lirios que Tú nos pides son la inocencia de nuestros corazones. Nos esforzaremos, pues, durante el curso de este mes consagrado a tu gloria, ¡oh Virgen Santa!, en conservar nuestras almas puras y sin manchas, y en separar de nuestros pensamientos, deseos y miradas aun la sombra misma del mal.
La rosa, cuyo brillo agrada a tus ojos, es la caridad, el amor a Dios y a nuestros hermanos. Nos amaremos, pues, los unos a los otros, como hijos de una misma familia, cuya Madre eres, viviendo todos en la dulzura de una concordia fraternal.
En este mes bendito, procuraremos cultivar en nuestros corazones la humildad, modesta flor que te es tan querida, y con tu auxilio llegaremos a ser puros, humildes, caritativos, pacientes y esperanzados.
¡Oh María!, haz producir en el fondo de nuestros corazones todas estas amables virtudes; que ellas broten, florezcan y den al fin frutos de gracia, para poder ser algún día dignos hijos de la más santa y la mejor de las madres. Amén.